Me llamo Magdalena Bonillo, y soy la madre de unos estupendos hijos que me están mostrando algunas de las maravillas de nuestro mundo. Quién me iba a decir a mí que en Alemania, Suecia o Inglaterra, tan lejos de mi casa… habría gente normal interesada en las frutas de mi huerto. Es algo maravilloso que me impresiona a la vez que me da esperanzas.
Tengo ya unos años y he vivido con mucho orgullo cómo mis hijos se esforzaban por ser algo en la vida. Temí que un futuro mejor les llevara lejos de casa, pero ellos han apostado por nuestra tierra. Conocer la iniciativa de CrowdFarming me ha alegrado muchísimo. Fue mi primo, Juan Bonillo (Huerta de Almanzora), quién me explicó que lleva años adoptando sus naranjos y limoneros a cientos de familias de toda Europa. Me costó entenderlo… pero cuando lo hice supe que estas apuestas son las que siempre he reclamado de quienes viven en lugares prósperos; los campos son la despensa de las ciudades, y es obligación de todos cuidarlos y respetarlos.
Mi lugar hoy día es apoyarles en sus iniciativas y darles mi larga visión de la vida. Mi trayectoria, como la de cualquier mujer de campo, no ha sido fácil. Mi padre migró a Francia cuando sólo era una niña, y entonces tuve que dejar el colegio para ayudar a la familia. Hacíamos de todo por ir al campo a recoger algarrobas, cuidar de las bestias, las tareas domésticas, …, con las dificultades del momento, sin apenas recursos y muy pobres.
En las rutinas de la finca, mi hijo Cándido se ocupa de la dirección técnica. Él organizó en su momento la transformación de la finca (año 2017), y es quien da las pautas para su cuidado. Su hermano, José Carlos, se encarga de las labores culturales cotidianas y de la gestión de las mismas. Los dos hacen un estupendo equipo; me encanta acompañarlos y que oigan mi consejo. Con ellos todo es más fácil… no quiero ni imaginar si hoy en día tuviéramos que sacar adelante una finca de estas características, sin conocimiento y tecnología. Integrar lo antiguo con lo moderno es más llevadero, desde el momento en que ellos me explican el sentido de las cosas, y cómo antiguamente sin saberlo, ya poníamos en práctica la lógica científica.