En 1972 mi familia compró la Finca El Terrerazo. Durante décadas no pasó de ser una finca de recreo y de explotación agrícola y ganadera de modo extensivo.
Pasé buena parte de mi niñez y adolescencia bajo la influencia de ese paisaje. Durante un tiempo me separé de él. Como tantos hijos del Altiplano de Utiel y Requena estudié fuera Dirección y Administración de Empresas, trabajé durante algunos años en distintos sectores, entre ellos banca, porcelana de mesa y, con mi padre, en la construcción de obras públicas. Como suele decirse, me convertí en una persona seria hasta que un día decidí romper con un camino que no sentía como mío.
Para mí, la mayoría de las cosas son muy sencillas. No requieren grandes metafísicas para explicarse por sí mismas. El hombre siempre ha sentido la necesidad de dejar huella. Un cierto rastro de su paso. Y no hay huellas más profundas y duraderas que las dejadas en la tierra. Porque son un rastro que pueden seguir otros. Y eso dota de un profundo sentido a la vida. Un legado.
Y ese fue el camino que decidí emprender a mediados de los noventa. Regresar a mi Requena natal y comenzar a estudiar Enología y Viticultura. A la par, visité las zonas vitivinícolas más importantes del mundo y me empapé de conocimiento, observando con sorpresa que los grandes vinos se hacen con la uva local. Con la autóctona de cada región. Y supe entonces que allí estaba el secreto. Y lo tenía al alcance de las manos. Pero no iba a resultar un camino fácil. Ante la perplejidad de la comunidad, decidí introducir una serie de ideas inauditas, revolucionarias en la viticultura de la comarca; como, por ejemplo, encargar un mapa de suelos; o emplear cubiertas vegetales para restablecer los equilibrios naturales de éstos. Sin olvidar que obvio la cantidad de kilos por hectárea para centrarme en la de superficie foliar de cada viñedo. Como si una sola cepa fuera una parcela entera. Implanté la vendimia en verde para regular y seleccionar los racimos, llegando en las primeras añadas a marcar personalmente, todos aquellos racimos que irían a nuestros vinos. Pero aún fui más allá. Decidí embarcarme en una aventura incierta como pocas, no era para convertir a Mustiguillo en una bodega pujante del Altiplano, sino para convertirla en la bodega de relevancia. Un camino que emprendí, porque no podía ser de otra manera, en solitario y a contracorriente. Porque a mediados de los noventa pocos o ninguno creían en una uva considerada anónima.
Al principio el camino estuvo lleno de dudas y vacilaciones. A punto estuve de tirar la toalla. Tardé 4 años en sacar el primer vino al mercado, ante la desesperación e incredulidad de mi círculo más cercano. Hasta que se produjo un pequeño milagro. Un milagro hecho de amor propio, azar, talento y mucho esfuerzo. Logré la añada que andaba buscando. Y, sobre todo, logré venderla a un experto distribuidor norteamericano y a un suizo a partes iguales, al precio que justificaba todo el esfuerzo invertido hasta la fecha: corría el año 2003 cuando vendió la botella del primer Quincha Corral. A partir de ahí la historia continúa para Bodega Mustiguillo.
La añada del 2000 fue el inicio comercial de Mustiguillo con dos vinos: Quincha Corral y Finca Terrerazo. En 2003, Bodegas Mustiguillo obtiene la I.G.P Vino de la Tierra El Terrerazo. Primera finca de España en obtener una Indicación Geográfica Protegida dentro de una Denominación de Origen. Y en 2004, el crítico Robert Parker puntúa con 95 puntos, su Quincha Corral 2001. Nunca antes un vino de Bobal había obtenido una puntuación tan alta. En 2007 obtuvimos la certificación de vino y cultivo ecológico del CAE. En 2010 Mustiguillo alcanza el horizonte ansiado: lograr que el marco geográfico sea considerado único y singular por ubicación, altitud, tipos de suelo, clima, orientación y su derredor, a fin de cuentas, naturaleza, como una Denominación de Origen Protegida, D.O.P El Terrerazo, primer vino de pago del Mediterráneo.
Unos pasos llenos de pasión, dedicación, compromiso y a la vez, de sencillez personal, que ha llevado a los vinos de Mustiguillo a estar en las cartas de los mejores restaurantes del mundo. ¿Cómo ha sido posible? Con trabajo. Mucho trabajo. Pero con un trabajo hecho bajo unos parámetros; la viticultura vivida como vocación, una vocación cimentada en el conocimiento, que le ha valido tener un gran reconocimiento y prestigio, dentro del sector, tanto por mis compañeros enólogos y sumillers, como para la crítica especializada.
Nuestro día a día cambia un poco dependiendo de la época del año en la que nos encontremos. Estamos muy expuestos en ese sentido a las condiciones climáticas. Pero lo que intentamos es planificar lo máximo posible y estar muy pendientes de la vid, realizamos agricultura de prevención y precisión y para ciertos trabajos como la poda, esporga o vendimia en verde, tenemos en cuenta las lunas por lo que tener un calendario definido es primordial para poder aprovechar al máximo los recursos de los que disponemos.
Desde el principio nos encantó la idea de entrar en CrowdFarming, pensamos que tenemos una forma muy similar de entender los cultivos y la forma de trabajar. Aporta valor a los agricultores y a los consumidores. Es una forma de poder contar y trasmitir al consumidor final nuestro proyecto y nuestras inquietudes. Cómo trabajamos, con el mínimo de agua posible, creando vida en el suelo, nuestra filosofía de cero plástico… De esta manera sabemos que hay una comunicación directa entre nosotros y el consumidor.